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El planeta de pascuaAuthor: rpascua
Sección mensual de ciencia del programa de radio "Es la mañana del fin de semana" en esRadio Language: es-es Genres: Science Contact email: Get it Feed URL: Get it iTunes ID: Get it |
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Episodio 26.- El problema de la basura espacial
Episode 25
Wednesday, 12 November, 2025
Hay una frase que repito a menudo: los seres humanos dejamos huella allí donde posamos el pie… o nuestras naves espaciales. La contaminación, esa sombra que acompaña a nuestra civilización desde que aprendimos a fabricar fuego, ha llegado también al espacio. Allá arriba, a cientos de kilómetros sobre nuestras cabezas, orbita una nube invisible y peligrosa de desechos. Tornillos, trozos de cohetes, satélites moribundos que siguen girando sin rumbo. Es la basura espacial, la nueva frontera del descuido. Desde que en 1957 el Sputnik inauguró la era espacial, la órbita terrestre se ha ido poblando de objetos de todo tipo. Hoy se calcula que más de 130 millones de fragmentos de distinto tamaño rodean la Tierra. Los hay grandes como un autobús, pequeños como un grano de arena. Y todos viajan a velocidades que rozan los 30.000 kilómetros por hora, siete veces más rápido que una bala. A esa velocidad, una simple arandela puede perforar el fuselaje de una nave o dejar fuera de servicio un satélite de comunicaciones. No es ciencia ficción. En 2009, un satélite operativo estadounidense colisionó contra otro soviético fuera de uso. La colisión generó miles de fragmentos nuevos. Y la Estación Espacial Internacional —para mí, una de las más impresionantes obras de ingeniería— debe realizar cada año maniobras de evasión para esquivar la nube de escombros que amenaza su órbita. Las órbitas más contaminadas son las bajas, entre 400 y 1000 kilómetros de altitud. Más arriba, en la órbita geoestacionaria —donde giran los satélites que nos permiten ver un partido en directo o seguir la trayectoria de un huracán—, la situación también preocupa. Allí flotan miles de objetos, muchos sin control, que forman una corona de chatarra alrededor del planeta azul. Y, paradójicamente, esa corona sostiene buena parte de nuestra vida moderna. Cada día interactuamos con más de 100 satélites sin darnos cuenta: los que guían nuestros coches, transmiten señales de televisión, predicen el tiempo o vigilan los volcanes. Sin ellos, volveríamos a una Tierra muda y desorientada. La responsabilidad, sin embargo, no es sólo de los gobiernos. En los últimos años, la conquista del espacio se ha privatizado. De los más de 10.000 satélites operativos, unos 7.000 pertenecen a Starlink, la constelación de Elon Musk. Una red que promete comunicación global, pero que también multiplica los riesgos de saturación y de impacto. ¿Y qué se está haciendo? Algunos países, como Francia, han desarrollado marcos legales que obligan a retirar los satélites al final de su vi da útil. En Europa, la Comisión Europea y la ESA trabajan en sistemas de vigilancia: radares, telescopios y sensores láser capaces de detectar objetos del tamaño de un cubo de Rubik. Más pequeño que eso, todavía escapa a nuestra vista y a nuestras posibilidades de detección. Y se proyectan misiones de limpieza: grúas espaciales, redes, brazos robóticos que “atrapen” satélites inertes y los guíen hacia una reentrada controlada sobre el punto Nemo, el lugar más remoto del Pacífico. Allí, entre las olas, descansan los restos de antiguas naves: nuestro vertedero en el océano de los mares. Aun así, el desafío no es sólo técnico. Es también moral. El espacio —ese territorio sin fronteras— carece de una ley universal que regule lo que hacemos con él. Cada país es responsable de los daños que provoquen sus objetos, pero a la hora de señalar culpables, cuando una colisión ocurre en la órbita, todo se vuelve difuso. Nadie sabe de quién es el tornillo que rompió un panel solar o escacharró un satélite. La empresa española GMV, con un centenar de ingenieros vigilando el cielo desde distintos países, desarrolla sistemas para rastrear la basura espacial y evitar nuevas colisiones. También trabaja en tecnologías de remediación: esas futuras “grúas” que limpiarán la órbita. Quizá, dentro de unos años, el espacio vuelva a brillar limpio, sin la sombra de nuestro descuido. Porque si no actuamos, podríamos convertirnos en la primera civilización que sueña con salir de su planeta… y queda atrapada en su propio anillo de chatarra. Una ironía cósmica que no queremos vivir. Un espejo suspendido en el vacío, que nos recuerda que incluso en el cielo, dejamos huella.











